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El imperialismo en Iraq.

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Un belicoso líder de un gran imperio occidental invade a Iraq, supuestamente por cuestiones de seguridad nacional. Su joven sucesor anuncia su oposición a la guerra y la evacuación de sus tropas de Mesopotamia, la tierra entre los ríos Éufrates y Tigris.
El Creciente o Medialuna Fértil, fuente: http://www.whittinghams.me.uk/DNA.htm

El Creciente o Medialuna Fértil, fuente: http://www.whittinghams.me.uk/DNA.htm

En el año 117 d. C., Publio Elio Adriano, emperador romano recién proclamado (117-138), inauguró su reino al abandonar a Armenia, Mesopotamia y Asiria, las tres provincias creadas por su antecesor, Trajano (98-117), al oriente del Éufrates entre el 113 y el 116.
Adriano retiró todas las fuerzas romanas del actual Iraq para suprimir las violentas rebeliones que estallaron tras las victorias de Trajano frente al Imperio Parto de la dinastía arsácida, reyes de lo que hoy es en esencia Irán. Las rebeliones sacudieron todo el oriente romano, desde Mesopotamia hasta las ciudades con predominante población judía, como Alejandría y las urbes del Levante mediterráneo.
Adriano, en un busto marmóreo

Adriano, en un busto marmóreo el el Palazzo dei Conservatori.

 No obstante, el retiro de las legiones romanas de Mesopotamia no condujo a una paz duradera. En el 161, el rey de Partia, Vologases IV, anexó el reino de Armenia, hasta ese momento un estado vasallo bajo la influencia de los césares, e invadió la provincia romana de Siria.
La arremetida de Vologases evidenció que, como escribe el filólogo clásico Kenneth Harl, las ricas y populosas provincias del Imperio Romano oriental eran vulnerables al ataque de los móviles y rapidísimos ejércitos partos, a menos que Roma controlara a Armenia y las vías que atravesaban sus montañas. Esto, sin embargo, requería el dominio del norte de Mesopotamia, una tierra extensa y árida, donde los ríos y sus rutas comerciales permitieron el crecimiento de antiguas ciudades, como Edesa (Urfa, Turquía) y Nísibis (Nusaybin, Turquía).[1]
Moneda de Vologases IV.

Moneda de Vologases IV, quien reinó entre 147 y 191.

En el 162, Lucio Vero (161-169), coemperador junto a Marco Aurelio (161-180), lanzó una guerra contra Partia. Su general, Gayo Avidio Casio, les infligió a los partos amargas derrotas en Mesopotamia y, entre el 165 y el 166, capturó una de sus capitales, la ciudad helenística de Seleucia, y sitió otra: Ctesifonte, ubicada muy cerca de la futura Bagdad. Vologases fue obligado a implorar la paz y a cederle a Roma una parte significativa del norte de Mesopotamia.[2]
El resto de la zona pasó a manos romanas en el 198, tras la campaña que libró el emperador Septimio Severo (193-211), quien incorporó el norte de Iraq a la estructura política y militar del Imperio Romano y estacionó ahí legiones que permanentemente amenazaban el centro y sur de Mesopotamia, territorios que los romanos decidieron no conquistar.
Tras la caída de la dinastía arsácida en el 227, Shapur I, rey del nuevo Imperio Persa sasánida, logró invadir el Imperio Romano oriental, saquear a Antioquía, capital de la Siria romana, e inclusive capturar en batalla en el 260 al Emperador Valeriano, a quien Shapur utilizó como estribo para montarse sobre su caballo. Valeriano luego fue ejecutado.
mural at Naqsh-e Rustam, where Shapur is represented on horseback wearing royal armour and a crown. Before him kneels Valerian, in Roman dress, asking for grace.

La humillación del orgullo romano: en Naqsh-e Rustam, un mural representa a Shapur  armado y coronado. A sus pies vemos a Valeriano, pidiéndole gracia.

Pese a estas humillantes derrotas, los romanos mantuvieron su control sobre el norte de Mesopotamia, e inclusive extendieron su dominio tras las campañas del César y futuro emperador Galerio (305-311) en el 298.
El fin del poder romano en Mesopotamia fue consecuencia de la desastrosa invasión del emperador Juliano el Apóstata (361-363), quien murió en combate con tropas persas en el 363, al retirarse de Ctesifonte a lo largo de la orilla oriental del Tigris. Su sucesor, el tímido emperador Joviano (363-364), buscando un cese de hostilidades para salir con su ejército de Iraq y legitimar su nombramiento, le cedió a Persia el norte de Mesopotamia en su totalidad.
El corto reinado de Joviano tuvo una influencia duradera. Como argumenta Harl, su rendición de Mesopotamia le abrió el camino a los ejércitos islámicos y al califato que destruiría al Imperio Bizantino, la segunda Roma, en 1453.[3]

Hoy como ayer.

Fuente: BBC.

Fuente: BBC.

En junio de 2014, el grupo militante Estado Islámico de Iraq y el Levante proclamó la creación de un nuevo califato en Iraq, donde controla aproximadamente un tercio del territorio, incluyendo a Mosul, la segunda ciudad más grande del país, y la frontera occidental con Siria y Jordania. El más reciente Estado islámico surge tan solo tres años después de que el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, retirara todas sus tropas de Iraq.
Tal como en el caso de Adriano, la medida de Obama, aparentemente sensata, condujo al desastre militar y a la necesidad de reocupar el territorio abandonado.
Daniel Raisbeck

 

* Este artículo fue publicado originalmente en Ámbito Jurídico.

[1] K. Harl. “The Roman Experience in Iraq,” en Journal of the Historical Society (7.2): 2007. 213-227. 215.

[2] M.T. Boatwright, D.J. Gargola y R. Talbert. The Romans: from Village to Empire: A History of Ancient Rome from Earliest Times to Constantine: Oxford, 2004.  398-399.

[3] Harl, 222.



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